Tuesday, January 02, 2007
Sexo en Blanco y Negro
Sunday, March 06, 2005

Las cosas pasan por algo. Me quedé tomando una cerveza en el bar del hotel Ritz-Carlton después de despedirme de mi jefe. Aburrido, estoy sólo en Santiago por estos días en que mi familia todavía no regresa de las vacaciones que se han dado a costas de mi trabajolismo. El bar no es nada especial, si no fuera por la terraza en esta época del año, sería de los bares menos atractivos de Santiago. Supongo que lo quisieron decorar en un estilo minimalista, pero eso metido en un hotel que está recargado de rasos, molduras y jarrones chinos por todos lados, simplemente lo hace a uno sentirse en una bodega vacía. Ahí estaba yo a las diez de la noche sentado en una de las mesas metálicas de la terraza, junto al muro de concreto que separa la terraza de la calle. Es una terraza alargada, que bordea el edificio del hotel por el lado de la calle y en su extremo tiene un pequeño portón bajo, que da a la calle, el cuál mantienen abierto y permite ver a los botones que reciben a los huéspedes que entran por la puerta principal. Estaba a punto de pedir la cuenta para irme cuando por ese portoncito entró un hombre negro, de unos treinta años, alto y muy elegantemente vestido. Por un segundo me sentí transportado a otra ciudad, el bar, las luces indirectas, la música apropiadamente suave, la gente elegante a mi alrededor y este hombre evidentemente extranjero que nadie podría tomar por santiaguino. No sólo su raza, sino que su elegancia innata, su vestimenta sofisticadamente sencilla, todo en él lo delataba como extranjero, un personaje imposible de encontrar en el Santiago criollo. Entró con una agilidad y un desplante que me hizo pensar en un tigre, musculoso y fuerte la vez que liviano para moverse entre las mesas y la gente. Quede hipnotizado observándolo mientras sorteaba las mesas llenas de gente que disfrutaba de la agradable noche de día de verano. Hipnosis que me jugó una mala pasada, ya que en un giro su mirada se encontró con la mía, notó que lo estaba mirando, y su reacción automática fue saludarme con una sonrisa y un obligado “how are you doing?”. Me corté un poco, es poco usual que alguien salude de esa manera en esta ciudad de gente tímida, pero me las arreglé para responderle medio atragantado con la boca llena de almendras y sintiendo como la sangre subía a mis mejillas enrojeciéndolas. “Good, how are you?”.¿Qué más podía decirle? Es en esas situaciones que me gustaría tener la rapidez y la imaginación para responder algo divertido, interesante, que facilite seguir una conversación, y no dejar que todo quede en un simple cruzar miradas, saludo y olvido. Pero algo pasó en ese momento y el desconocido se detuvo frente a mi mesa y me dijo con una sonrisa en la cara, “are you here by yourself?”, “could I possibly join you for a drink?”.
Se llama Kieran, extraño nombre para un hombre negro, pero me sorprendió contándome que su padre era un irlandés de pelo negro y ojos azules, y que su madre era jamaicana. Obviamente el gen africano dominaba, pero la finura de los rasgos de su cara insinuaba antepasados europeos. Era su última noche en Santiago, después de estar doce días “trabajando” con los marines de la embajada americana, y la verdad me resulto obvio que se había tomado un par de tragos de más. No me quiso decir en qué había estado trabajando, y me sentí idiota por haberlo preguntado. Kieran es un consultor, ex-marine, y me dijo que viajaba por todo el mundo haciendo entrenamientos. Me imaginé algo relacionado con seguridad.
Pasó algo así como una hora en que intercambiamos historias de nuestras vidas, le conté de mi vida en Estados Unidos y que ahora estaba con un pie en Santiago y otro en Miami. A esas alturas ya me imaginaba que este tipo era gay o por lo menos simpatizaba, lo que me sorprendió muchísimo dado el trabajo que decía tener, Poco a poco le fui dejando ver que me atraían los hombres pensando que más da, si en el peor de los casos se parará y se irá, y nunca más lo veré, no era precisamente el tipo de persona de mi círculo habitual. En vez de espantarse, y tengo que reconocer que fui muy sutil, me dio a entender que llevaba una semana trabajando con un grupo de jóvenes marines que eran tremendamente atractivos y que después de eso a cualquiera que no le gusten los hombres, le empezarían a gustar porque eran unos especimenes hermosísimos e irresistiblemente sexuales, que rebosaban de testosterona. Y aunque jamás me dijo que fuera gay y me habló mucho de su novia, me dijo finalmente que se había sentido muy nervioso con sus pupilos ya que ellos tienen que atenerse al “don’t ask, don’t tell” de Clinton, y ninguno se arriesgaría a ser expulsado por aceptar una proposición sexual de un consultor. Por lo que no se la había hecho a ninguno de ellos, a pesar de morirse de ganas, porque sabía que de cualquier forma se la iban a rechazar y reportarlo pensando que era una trampa. Me cuesta creer que todavía hagan esas cosas, tender trampas, en las fuerzas armadas gringas, pero parece que así es. O al menos eso creen los marines.
La conversación estaba evolucionando rápidamente hacia temas que empezaron a estimular mi imaginación y mis recuerdos y para que decir a crear expectativas. Recordé por un momento una aventura con un joven oficial de la U.S.Navy que me levanté en un bar de Du Pont Circle en Washington D.C. una vez, claro que ese era bien blanquito. Lindo recuerdo, pasé la noche en su departamento cerca de Du Pont Circle,y hasta me di el gusto en la mañana de probarme uno de sus uniformes, ¡Que bien planchada y almidonada estaba esa ropa! Por ahí todavía tengo su nombre y su teléfono…
Hasta ahora nunca había estado con un negro, tampoco me imaginaba que los hubiera tan lindos como éste. Me dijo que apenas había tenido contacto con chilenos en todos esos días, y que recién tenía una noche libre. Que apenas había podido ver algo de Santiago, aunque de lo que había visto le había sorprendido lo americanizado que era, excepto el centro que encontró que tenía algo de identidad propia. Pero que igual era una ciudad bonita y agradable y que le recordaba mucho su California nativa. Encontré curioso que fuera de California, igual que Steve, porque los dos son tan diferentes como el día y la noche, y no lo digo por el color de la piel. Personalidades, intereses, todo en ellos es diferente, casi opuesto. Kieran es un animal en movimiento, fiero, pero amistoso, todo en el es físico, músculos como resortes encogidos a punto de saltar, todo eso envuelto en un traje Armani y acompañado de una sonrisa que apelaba a mis instintos más básicos.
No fue una sorpresa que me invitara a tomar algo a su habitación. Subimos en el ascensor acompañados de una señora alemana que tenía un aspecto de estar totalmente borracha, sola y de mal genio. No quisimos preguntarle nada, pero a los dos nos llamó la atención lo extraño del personaje.
Las habitaciones del Ritz-Carlton son bonitas pero no del otro mundo, como es la imagen de la cadena hotelera. Bastante más madera de lo que hubiera imaginado, y los baños son de película. Las camas, deliciosas. Apenas entramos Kieran le puso seguro a la puerta y se dio vuelta para darme un beso en la boca, con fuerza, penetrante, arrollador. Me sorprendió, pero no iba a ser yo quién lo detuviera. Pensaba prepararme un poco más para mi primer encuentro con un hombre negro, y no pude, las cosas se dieron así. Desde ese beso no paramos hasta estar en la cama con la ropa toda enredada, tocando lo que se podía, sintiendo ese cuerpo elástico y musculoso a través de la camisa ya arrugada y con los botones desordenadamente desabrochados. Donde pude metí la lengua y descubrí una sensibilidad increíble en algunos puntos de esa piel oscura. Paramos para sacarnos racionalmente la ropa y quedar totalmente desnudos sobre esas sábanas suaves de hotel cinco estrellas. Una sensación muy especial, la mezcla de alcohol en mi cabeza, la suavidad de esa cama, el cuerpo elástico y marcado de Kieran. Seguimos en eso y no podía dejar de pensar en que Kieran estaba siendo muy generoso conmigo en dejarme estar con él en su cama. No hubo penetración, pero fue una de las sesiones de sexo más memorables de mi vida. Nos duchamos juntos, Kieran bromeando acerca de lo pálido que me veía yo, y yo acerca de lo quemado que estaba Kieran, que tal vez le hacía falta una buena restregada. Intenté dársela, jabón en mano, pero terminamos besándonos bajo el chorro de la ducha.
Bajamos tarde a buscar un lugar para ir a comer, el restaurante de al lado, Akarana se llama, ya estaba cerrando, por lo que nos fuimos a caminar por Isidora hasta que en el Tiramisú nos dieron la última pizza de la noche. Una noche que no voy olvidar.
Al día siguiente tendría que ir al aeropuerto a recibir a mi familia. Se lo conté a Kieran, y sonrió, me dijo que pronto se iba a casar y que pensaba tener por lo menos dos hijos. Pero que igual si pasaba por Washington, D.C., dónde vive ahora, que lo llamara a ver si nos repetíamos una noche como ésta. No lo creo, la cosas nunca se vuelven a dar así de bien. ¶ 10:47 PM |

Las cosas pasan por algo. Me quedé tomando una cerveza en el bar del hotel Ritz-Carlton después de despedirme de mi jefe. Aburrido, estoy sólo en Santiago por estos días en que mi familia todavía no regresa de las vacaciones que se han dado a costas de mi trabajolismo. El bar no es nada especial, si no fuera por la terraza en esta época del año, sería de los bares menos atractivos de Santiago. Supongo que lo quisieron decorar en un estilo minimalista, pero eso metido en un hotel que está recargado de rasos, molduras y jarrones chinos por todos lados, simplemente lo hace a uno sentirse en una bodega vacía. Ahí estaba yo a las diez de la noche sentado en una de las mesas metálicas de la terraza, junto al muro de concreto que separa la terraza de la calle. Es una terraza alargada, que bordea el edificio del hotel por el lado de la calle y en su extremo tiene un pequeño portón bajo, que da a la calle, el cuál mantienen abierto y permite ver a los botones que reciben a los huéspedes que entran por la puerta principal. Estaba a punto de pedir la cuenta para irme cuando por ese portoncito entró un hombre negro, de unos treinta años, alto y muy elegantemente vestido. Por un segundo me sentí transportado a otra ciudad, el bar, las luces indirectas, la música apropiadamente suave, la gente elegante a mi alrededor y este hombre evidentemente extranjero que nadie podría tomar por santiaguino. No sólo su raza, sino que su elegancia innata, su vestimenta sofisticadamente sencilla, todo en él lo delataba como extranjero, un personaje imposible de encontrar en el Santiago criollo. Entró con una agilidad y un desplante que me hizo pensar en un tigre, musculoso y fuerte la vez que liviano para moverse entre las mesas y la gente. Quede hipnotizado observándolo mientras sorteaba las mesas llenas de gente que disfrutaba de la agradable noche de día de verano. Hipnosis que me jugó una mala pasada, ya que en un giro su mirada se encontró con la mía, notó que lo estaba mirando, y su reacción automática fue saludarme con una sonrisa y un obligado “how are you doing?”. Me corté un poco, es poco usual que alguien salude de esa manera en esta ciudad de gente tímida, pero me las arreglé para responderle medio atragantado con la boca llena de almendras y sintiendo como la sangre subía a mis mejillas enrojeciéndolas. “Good, how are you?”.¿Qué más podía decirle? Es en esas situaciones que me gustaría tener la rapidez y la imaginación para responder algo divertido, interesante, que facilite seguir una conversación, y no dejar que todo quede en un simple cruzar miradas, saludo y olvido. Pero algo pasó en ese momento y el desconocido se detuvo frente a mi mesa y me dijo con una sonrisa en la cara, “are you here by yourself?”, “could I possibly join you for a drink?”.
Se llama Kieran, extraño nombre para un hombre negro, pero me sorprendió contándome que su padre era un irlandés de pelo negro y ojos azules, y que su madre era jamaicana. Obviamente el gen africano dominaba, pero la finura de los rasgos de su cara insinuaba antepasados europeos. Era su última noche en Santiago, después de estar doce días “trabajando” con los marines de la embajada americana, y la verdad me resulto obvio que se había tomado un par de tragos de más. No me quiso decir en qué había estado trabajando, y me sentí idiota por haberlo preguntado. Kieran es un consultor, ex-marine, y me dijo que viajaba por todo el mundo haciendo entrenamientos. Me imaginé algo relacionado con seguridad.
Pasó algo así como una hora en que intercambiamos historias de nuestras vidas, le conté de mi vida en Estados Unidos y que ahora estaba con un pie en Santiago y otro en Miami. A esas alturas ya me imaginaba que este tipo era gay o por lo menos simpatizaba, lo que me sorprendió muchísimo dado el trabajo que decía tener, Poco a poco le fui dejando ver que me atraían los hombres pensando que más da, si en el peor de los casos se parará y se irá, y nunca más lo veré, no era precisamente el tipo de persona de mi círculo habitual. En vez de espantarse, y tengo que reconocer que fui muy sutil, me dio a entender que llevaba una semana trabajando con un grupo de jóvenes marines que eran tremendamente atractivos y que después de eso a cualquiera que no le gusten los hombres, le empezarían a gustar porque eran unos especimenes hermosísimos e irresistiblemente sexuales, que rebosaban de testosterona. Y aunque jamás me dijo que fuera gay y me habló mucho de su novia, me dijo finalmente que se había sentido muy nervioso con sus pupilos ya que ellos tienen que atenerse al “don’t ask, don’t tell” de Clinton, y ninguno se arriesgaría a ser expulsado por aceptar una proposición sexual de un consultor. Por lo que no se la había hecho a ninguno de ellos, a pesar de morirse de ganas, porque sabía que de cualquier forma se la iban a rechazar y reportarlo pensando que era una trampa. Me cuesta creer que todavía hagan esas cosas, tender trampas, en las fuerzas armadas gringas, pero parece que así es. O al menos eso creen los marines.
La conversación estaba evolucionando rápidamente hacia temas que empezaron a estimular mi imaginación y mis recuerdos y para que decir a crear expectativas. Recordé por un momento una aventura con un joven oficial de la U.S.Navy que me levanté en un bar de Du Pont Circle en Washington D.C. una vez, claro que ese era bien blanquito. Lindo recuerdo, pasé la noche en su departamento cerca de Du Pont Circle,y hasta me di el gusto en la mañana de probarme uno de sus uniformes, ¡Que bien planchada y almidonada estaba esa ropa! Por ahí todavía tengo su nombre y su teléfono…
Hasta ahora nunca había estado con un negro, tampoco me imaginaba que los hubiera tan lindos como éste. Me dijo que apenas había tenido contacto con chilenos en todos esos días, y que recién tenía una noche libre. Que apenas había podido ver algo de Santiago, aunque de lo que había visto le había sorprendido lo americanizado que era, excepto el centro que encontró que tenía algo de identidad propia. Pero que igual era una ciudad bonita y agradable y que le recordaba mucho su California nativa. Encontré curioso que fuera de California, igual que Steve, porque los dos son tan diferentes como el día y la noche, y no lo digo por el color de la piel. Personalidades, intereses, todo en ellos es diferente, casi opuesto. Kieran es un animal en movimiento, fiero, pero amistoso, todo en el es físico, músculos como resortes encogidos a punto de saltar, todo eso envuelto en un traje Armani y acompañado de una sonrisa que apelaba a mis instintos más básicos.
No fue una sorpresa que me invitara a tomar algo a su habitación. Subimos en el ascensor acompañados de una señora alemana que tenía un aspecto de estar totalmente borracha, sola y de mal genio. No quisimos preguntarle nada, pero a los dos nos llamó la atención lo extraño del personaje.
Las habitaciones del Ritz-Carlton son bonitas pero no del otro mundo, como es la imagen de la cadena hotelera. Bastante más madera de lo que hubiera imaginado, y los baños son de película. Las camas, deliciosas. Apenas entramos Kieran le puso seguro a la puerta y se dio vuelta para darme un beso en la boca, con fuerza, penetrante, arrollador. Me sorprendió, pero no iba a ser yo quién lo detuviera. Pensaba prepararme un poco más para mi primer encuentro con un hombre negro, y no pude, las cosas se dieron así. Desde ese beso no paramos hasta estar en la cama con la ropa toda enredada, tocando lo que se podía, sintiendo ese cuerpo elástico y musculoso a través de la camisa ya arrugada y con los botones desordenadamente desabrochados. Donde pude metí la lengua y descubrí una sensibilidad increíble en algunos puntos de esa piel oscura. Paramos para sacarnos racionalmente la ropa y quedar totalmente desnudos sobre esas sábanas suaves de hotel cinco estrellas. Una sensación muy especial, la mezcla de alcohol en mi cabeza, la suavidad de esa cama, el cuerpo elástico y marcado de Kieran. Seguimos en eso y no podía dejar de pensar en que Kieran estaba siendo muy generoso conmigo en dejarme estar con él en su cama. No hubo penetración, pero fue una de las sesiones de sexo más memorables de mi vida. Nos duchamos juntos, Kieran bromeando acerca de lo pálido que me veía yo, y yo acerca de lo quemado que estaba Kieran, que tal vez le hacía falta una buena restregada. Intenté dársela, jabón en mano, pero terminamos besándonos bajo el chorro de la ducha.
Bajamos tarde a buscar un lugar para ir a comer, el restaurante de al lado, Akarana se llama, ya estaba cerrando, por lo que nos fuimos a caminar por Isidora hasta que en el Tiramisú nos dieron la última pizza de la noche. Una noche que no voy olvidar.
Al día siguiente tendría que ir al aeropuerto a recibir a mi familia. Se lo conté a Kieran, y sonrió, me dijo que pronto se iba a casar y que pensaba tener por lo menos dos hijos. Pero que igual si pasaba por Washington, D.C., dónde vive ahora, que lo llamara a ver si nos repetíamos una noche como ésta. No lo creo, la cosas nunca se vuelven a dar así de bien. ¶ 10:47 PM |