Friday, August 25, 2006

 

P.I.

El episodio de Private Eye fue curioso. El Huracán no conocía mucho de bares y clubes gay, y todavía no se liberaba de la visión de que un boliche de estos era un lunar negro en el medio de una ciudad, algo horrible para la sociedad que estaba a punto de sufrir un allanamiento policial en que todos iban a ir presos por degenerados. Difícil decisión la de ir a este lugar, pero la imagen del personaje que lo había invitado, el atleta universitario con pinta de modelo que trabajaba de hustler para ganar unos dolaritos extra, lo estimuló a partir a la calle de downtown Manhattan donde estaba esta disco. La primera sorpresa fue descubrir que no era un boliche gay, sólo era la noche gay en una disco que por entonces estaba muy de moda en Nueva York. Compró su entrada y por fin entró.
Muy poco recorrido en esos tiempos, el Huracán se impresionó fuertemente cuando se vio metido en este enorme galpón con diferentes niveles, luces, música fuerte, alcohol y seguramente drogas. Y lo más impresionante de todo, cientos de hombres jóvenes animadamente celebrando, de fiesta, bailando entre ellos, algunos con demostraciones cariñosas abiertas ahí frente a todo el mundo. Locas, musculosos, drag queens, la fauna usual, pero por sobre todo, la mayoría eran muchachos jóvenes indistinguibles de cualquier estudiante universitario straight de cualquiera de las universidades de Nueva York. Algunos muy atractivos. Otros no tanto, como en cualquier grupo de gente normal. Al Huracán lo envolvió por primera vez en su vida una sensación increíble de ser uno entre muchos, el sentirse uno más en un mar de hombres que sentían algo parecido a lo que hasta ahora lo había atormentado. Algo de calentura creciente, acompañada por mucho menos culpa que la que lo agobiaba antes de entrar a la disco.
Se puso a buscar a su amigo el atleta en el mar humano que atiborraba la disco, pensando que en ese caos jamás lo iba a encontrar. Pero, si, por ahí estaba con un grupo de amigos, varios muy atractivos y uno que claramente se sentía dueño del atleta. Y había otro que era ancho, musculoso, peludo, con rasgos celtas, ojos azules y pelo oscuro. Claramente su cuerpo se había desarrollado con sobredosis de testosterona. Sus ojos azules brillaron al encontrarse con los del Huracán, quién ya había renunciado a cualquier posibilidad de conquistar al atleta ante un propietario tan claro. Pero la maldición irlandesa que todavía pesa sobre el Huracán le dio su primer golpe y lo mantuvo embobado mirando al muchacho musculoso vestido de jeans y chaqueta corta de mezclilla azul. Una cerveza o dos, desinhibición creciente y sin saber cómo, se encontró encerrado en un compartimiento de uno de los baños con el muchacho celta. Allí tuvo su primera experiencia de sexo casi anónimo en un sanitario público. De un erotismo avasallador, fuerte, rápido, superficial. Un climax que en su memoria dejó alguna marca pero que fue con menos culpa y más un darse cuenta que se estaba saliendo del esquema en que había estado metido hasta entonces y que eso le hacía sentir una sensación nueva, de poder. La sensación de haber roto un candado que le prohibía una parte del mundo y que ahora le permitía pasearse por este mundo prohibido con alguna soltura, especialmente en ese momento en que la conciencia se adormecía con el alcohol.
Las ladillas que el celta le dejó de regalo no fueron gratas, pero el Huracán aprendió rápidamente a lidiar con esos temas aun cuando el ruido ensordecedor que estaba empezando a producir la nueva epidemia de la que se hablaba en los medios le comenzó a preocupar. Y mucho.

¶ 3:37 AM

Comments: Post a Comment



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?