Sunday, August 06, 2006

 

La inteligencia de los inocentes

Tuesday, November 09, 2004


La inteligencia es el más fuerte de los afrodisíacos. Un hombre inteligente puede ser físicamente poco interesante, pero un coeficiente intelectual alto hace maravillas para que la vista no perciba las desventajas físicas. Por lo menos así funciona mi mente, observación que tiene larga data, ya que en cada uno de los breves chispazos de reconocimiento de algún sentimiento homoerótico en mis días de universitario, aproveché para teminar rotundamente atraído por alguno de mis profesores más inteligentes. ¿O era al revés el proceso? ¿Sería la atracción por estos académicos brillantes lo que al menos por un instante me hacía pensar que no tan sexualmente correcto como el tipo que se sentaba a mi lado? mira que mandarse un hard-on en clase de Investigación Operativa o de Procesos Estocásticos… Los años han pasado y sigue siendo una realidad que la inteligencia me fascina, me erotiza, me pone borrosa la vista… Pero cuesta encontrar men who like men que sean inteligentes y además estén disponibles. A veces me temo que agoté la cuota de hombres inteligentes que tenía asignada… O que ya me sobregiré la cuota y ahora me toca equilibrar con el resto de la humanidad masculina pasándome el tiempo con los menos dotados de materia gris. Pero esto se da en forma natural ya que la lógica me dice que los mas inteligentes y experimentados optan por retirarse de las pistas en compañía del hombre de sus vidas. Es como de cajón que un hombre inteligente actúe inteligentemente optando por ese camino. Bastante fuera de libreto esta reflexión, pero eso es lo que pasa por la mente cuando uno chatea con uno de esos ejemplares inteligentes y cuando te sobreviene la calentura y el urgimiento incontrolable de invitarlo a despedazarse en una cama, te recuerda que está emparejado y es fiel, y por lo mismo va a dejar pasar una posibilidad de sexo que por lo demás le atrae mucho. Ahí es cuando aprietas los dientes y te pones a escribir en el Blog. Esta ciudad de Santiago de Chile tiene unas montañas increíbles, verlas cuando cae el sol es el mejor espectáculo gratis que ofrece la ciudad, y me da nostalgia de mis años de inocencia. Qué conexión más extraña, con una época muy atrás en el calendario de este Huracán sin rumbo.Inocencia perversa, como la de esa época en que fuimos de campamento en un grupo en que iba Arturo, ese adolescente de sangre germana y nombre chileno, de la misma edad que el Huracán, y que fue su compañero inseparable de aventuras deportivas durante todo un verano. Arturo cuando podía acariciaba la espalda de bogador que Huracán ostentaba en esos días, preguntándole como lo hacía para ser así de musculoso. Curiosa pregunta. El Huracán no se había percatado de que tenía un físico especialmente desarrollado que podía ser la envidia de muchos y el objeto del deseo de otros, y menos se había preguntado por qué era como era. Curiosa pregunta, pero claro, el Huracán no sabía de muchas cosas que otros adolescentes entendían, por lo que no supo que contestarle, excepto una recomendación de comer avena al desayuno. Después de quince años de comer avena hervida con leche cada día de su vida, el Huracán le asignaba a esa rutina la mayoría de las cosas buenas que no podía explicar. Pero Arturo iba madurando a otra velocidad y ya de vuelta en la ciudad llamaba al Huracán casi a diario para hablarle de todo y entender que era lo que lo hacía vibrar. Súbitamente el Huracán mateo y de pocos amigos se encontró con invitaciones a la casa de Arturo, a ver los trofeos deportivos de su papá, a jugar con su perro, excusas no faltaban. Hasta que un día lo convenció de partir al campo de sus padres con la promesa de salir a andar a caballo. Huracán era diestro para cualquier deporte que no involucrara pelotas, pero a pesar de la fascinación misteriosa que hasta el día de hoy le producen los caballos, sólo una vez había cabalgado, en un caballo que por lo demás había terminado desbocado. Ante la oferta el Huracán llegó a soñar la increíble cabalgata que tendría con su nuevo y especial amigo. Especial porque era el único de sus amigos que era tan amable, preocupado de saber qué le gustaba al Huracán, de buscar como darle lo que le gustaba y que parecía sufrir si el Huracán no estaba contento . Partieron los dos muchachos en un bus rural que los llevó hasta el campo plantado de remolacha, con un par de casas de inquilinos, sin casa patronal y ¡sin caballos! Le costó a Arturo encontrar un inquilino que le consiguiera un caballo para cumplir la promesa hecha al Huracán. Frente a un Huracán vagamente desilusionado, Arturo montó el caballo y le dio la mano al Huracán para ayudarlo a subir al anca del caballo y una vez que ambos estuvieron montados en el animal le insistió que se agarrara firmemente de él, sujetándose de su tórax que a estas alturas estaba desnudo, disfrutando del sol otoñal. El Huracán pensaba en el caballo que hubiese querido estar cabalgando de verdad, pero por último, se sentía bien cabalgando con Arturo, quién le explicaba lo inexplicable y en particular por qué era hasta mejor que fueran en un solo caballo, para así ir juntos. El Huracán todavía recuerda una sensación agradable que le produjo esa cabalgata. Por fin llegaron a un riachuelo donde bajo un sauce comieron algunas provisiones que habían traído de la ciudad, y algo pasó ahí que hizo a Arturo ponerse de muy mal humor. El Huracán nunca entendió que fue lo que hizo, o no hizo, que irritó a su amigo, quién en ese instante decidió que había que volver a la ciudad inmediatamente.Llegaron a la ciudad y Arturo nunca más volvió a llamar al Huracán, lo que hizo al Huracán sentirse socialmente inadecuado, incapaz de mantener una amistad, le aumentó sus inseguridades y confirmó su sensación de que no era lo suficientemente interesante como para tener buenos amigos. Con el tiempo se olvidó de esa amistad, juntó sus ahorros y compró una cachorra de patas cortas que lo acompañó por los muchos años de inocencia que le quedaban por delante. Brutal inocencia que lo mantuvo intocado por otra década, casi batiendo un record, brutal inocencia que dañó a su amigo Arturo. Un Arturo que el Huracán volvió a encontrar años después en una feria artesanal, con los ojos enrojecidos por la marihuana y el alcohol. Había sido expulsado de su casa por un padre autoritario, por marica, y ahora compartía la cama de un artesano rubio que usaba cola de caballo, ambos ostentando un homosexualismo frontal y desafiante, desconocido en esos tiempos. Fue la última vez que cruzaron miradas, y al Huracán le temblaron las piernas porque se vio por un instante como parte de una realidad que no era la que su mente llevaba construyendo cuidadosamente para convertirse en uno más de los que si tienen amigos, de los que si tienen cartas de navegación preparadas para la vida. La mirada de Arturo fue de desprecio, sin atisbo de la amistad adolescente que recordaba, y el Huracán comprendió en ese momento al menos en parte lo que había ocurrido en el campo de remolacha. Amargura y culpa fue el sentimiento que dominó al Huracán en ese momento, amargura y culpa inexplicable que todavía lo embarga cuando escribe lo que pasó por esos días. ¿O tal vez el reencuentro fue un sueño que se metió en la mente del Huracán para castigarlo por su larga inocencia?Como nos cambia el tiempo, hoy no dudaría un segundo en meterme a la cama del Arturo que recuerdo. Bendita inocencia. ¶ 11:31 PM

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Comments:
jajajajajaja... sin caballos!!! cómo disfruto volviendo a leer estos posts!! jajajaja

.... y gran remate de post...

gran pluma la suya (para escribir!! jajajajaja)
 
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