Friday, August 25, 2006

 

Juan, el Holandés

Saturday, December 11, 2004
Poco antes de que el Huracán se pusiera a jugar con chicos celtas en sanitarios subterráneos, había sucedido algo que probablemente fue el detonante de fuertes cambios en la vida de este huracán perdido. Mientras se entrenaba para su nuevo trabajo en un rincón escondido en las afueras de Nueva York, conoció a Juan, el Holandés, que dejó una huella profunda en su espíritu. Juan era un muchacho de edad cercana al Huracán, tal vez un par de años menor que él, que vivía por esos tiempos en Suiza, a pesar de ser holandés. Un holandés hermoso, nacido en Indonesia, con un alma gentil y generosa. Encerrados en un campus durante largas semanas, se forjaron algunas amistades entre los nuevos reclutas de la gran corporación que los había contratado. Juan mostró inmediatamente un enorme interés por desarrollar una amistad con el Huracán. Un Huracán de pocos amigos y al mismo tiempo deslumbrado por la belleza de Juan, que no era el típico holandés alto y rubio, sino que una versión mate, de pelo castaño oscuro y ojos color café cargado. Con una voz profunda, nórdica, sensual. Poco a poco se dieron cuenta que no pasaba un segundo libre en que no se estuvieran buscando, para conversar, comer juntos, jugar squash, salir a caminar y volver a conversar sobre la vida. Una amistad que se desarrolló en forma vertiginosa, tal vez dando que pensar al resto de los reclutas que algo más había entre el chileno y el holandés. El que nunca pensó otra cosa fue uno de los reclutas, Joao el Heredero, un muchacho portugués, que estaba siendo criado para ser el heredero de la enorme fortuna de su padre, y que se veía atormentado por estar allí, entre reclutas que serían asalariados de alguna gran corporación. Sigilosamente se fue acercando a los dos nuevos amigos, Juan y el Huracán, ya que no tenía afinidad con los demás reclutas y notó una enorme acogida por parte de Juan el Holandés. Pronto el dúo se convirtió en trío, en el cual Juan se daba el gusto de tratar cariñosamente a Joao de campesino portugués. Pero Joao tenía una resistencia sin límite a la forma cariñosa en que Juan lo embromaba. Y a pesar de los celos que generó en el Huracán, rápidamente pasó a formar un vértice de este triángulo de amistades. Pronto llegó el fin de semana y Juan quiso salir a recorrer el país que se extendía fuera del campus en que estaban prisioneros durante los días de semana. Organizaron el arriendo de un auto y el viernes apenas fueron liberados le dieron la partida a su plan de recorrer América juntos, el Huracán, el Holandés y el Heredero. Anochecía cuando lograron salir por la carretera interestatal 95 hacia el noreste bordeando la costa de Connecticut. Bajo la conducción experta del Huracán, que se especializaba en interpretar letreros camineros y manejar, pasaron a conocer Greenwich, el suburbio mas rico de Nueva York, dónde quedaron impresionados por las mansiones, y más impresionado aún el Huracán cuando el Holandés declaró: “un día voy a vivir aquí”. Ya era muy tarde cuando llegaron a un lugar escondido en la costa del Long Island Sound que se llama Old Saybrook, dónde encontraron un motel que parecía ser el único lugar que tenía un letrero de “Vacancy”. Se bajaron a preguntar y un administrador somnoliento les informó que sólo tenía una habitación con dos camas. El Huracán se estaba dando media vuelta para seguir la búsqueda cuando el Holandés en forma entusiasta dijo, “la tomamos, compartiremos una cama”. El Huracán no estaba seguro de qué estaba pasando, pero aceptó la idea. Go with the flow. Apenas entraron a la habitación, el Heredero anunció que no compartiría su cama con nadie, que no estaba acostumbrado a ese tipo de cosas, a lo que el Holandés respondió, de nuevo con mucho entusiasmo, “no importa, el Huracán y yo dormiremos juntos”. El corazón del Huracán se aceleró a niveles de taquicardia nuevamente, mientras trataba de ver alguna señal de parte del Holandés acerca del propósito de tan deliberada coincidencia. Pero, no, no hubo más señales, ni siquiera cuando el Holandés se instaló en la cama casi desnudo, si no hubiera sido por unos boxer shorts que lo hacían verse precioso. El Huracán se metió a la cama compartida tan desnudo como su compañero europeo, y pronto se encontró tratando de conciliar el sueño mientras oía la respiración suave de su amigo profundamente dormido. Se imaginó abrazándolo, acariciándolo, realmente durmiendo con él, no junto a él. Le costó conciliar el sueño, algo nuevo le estaba pasando. Finalmente se durmió y al otro día despertó cuando el Holandés ya estaba en la ducha, preparandose para continuar el viaje que eventualmente los llevó a Newport en Rhode Island y a Boston, la gloriosa capital de Massachussets. El regreso fue sin pena ni gloria, y después de otra semana de entrenamiento se volvieron a ver en Manhattan, y a pesar de insinuaciones desesperadas del Huracán, lo máximo que pudo sacar del Holandés, fue una afirmación ambigua como “Well, who isn’t gay? Ante esa frustración fue que el Huracán partió en su exploración de la ciudad que lo terminó dejando encerrado en un baño con un celta piojoso y sin nombre.El Holandés siguió siendo amigo del Huracán a la distancia, mantuvieron correspondencia, y se volvieron a ver muchas veces. El Holandés aseguraba que el destino del Huracán estaba presidiendo una mesa de comedor llena de niñitos, a los que bautizó con el apellido del Huracán en diminutivo, algo que sonaba como “Los Huracanitos”. Alguna vez se volvieron a ver en un lugar que jamás se hubiera imaginado en esos tiempos, cuando Juan el Holandés ya había caído bajo el dominio total de una de sus compatriotas, una mujer autoritaria que ya había traído un Holandesito a la familia y que no sentía ningún aprecio por el Huracán. Pero el Huracán se había enamorado por primera vez de un hombre. ¶ 3:53 AM

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